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Manual Samurai : El Inicio

Cap1 El inicio del Samurai

Cap2 Primera Lección Samurai

Cap3 Goletas Samurai

Cap4 El increible Golpe del Samurai

Cap5 Construyendo el Templo

Cap6 El sembrador

Cap7 La Entrenadora

Cap8 El Viejo Sabio

Cap9 El mercader

Cap10 El negociante

Cap11 El cocinero

Cap12 Chang, el samurai obscuro



EL VIEJO SABIO

El Viejo Sabio siempre salía de su ermita muy temprano, antes de salir el Sol. Su viejo cuerpo no le pedía demasiado descanso y seguía lleno de vitalidad. Apenas dormía cuatro o cinco horas, despertaba rebosante de energía y salía a barrer el patio delantero de la ermita para que los feligreses encontrasen un lugar limpio y ordenado en el que pudieran ordenar pacíficamente su alma. Sin embargo el primer caminante que pasaba delante de su lugar de paz no era un feligrés suyo. 
Hacía varios mese que Gr'anSan venía observando a ese jovencito. Antes solía jugar con los chicos de su edad, pero desde hace unos meses su comportamiento había cambiado mucho... y eso le llamaba la atención al Viejo Sabio. Aunque lo que más le extrañaba no era que ya no se relacionase con niños de su edad y sólo caminara junto a hombres mucho más mayores que él. Lo que más le extrañaba al Anciano clérigo era el brusco cambio que había sufrido su espíritu. Gr'anSan calculaba que en estos últimos meses, el joven Kan, había madurado el equivalente a 15 años. Y eso sí que le llamaba la atención.
El Viejo Sabio posó la escoba contra una de las paredes de piedra que formaban su vieja ermita, y alzó la mano para llamar la atención del Joven Samurai.
- Joven! - gritó a Kan - ¿Dónde vas tan temprano? A estas horas sólo los demonios y los santos andan por la calle. Los primeros retornan a las entrañas de la tierra a protegerse del abrasador Sol y los segundos bajan del cielo para proteger a los hombres de las calamidades y del Mal. - Y como hacía todas las mañanas preguntó al Joven - ¿Tú que eres? ¿Santo o Demonio?
- Ninguna de las dos cosas – Replicó con una sonrisa Kan, todas las mañanas tenía la misma conversación con el anciano y todas las mañanas las palabras eran las mismas, se había convertido en un ritual diurno entre los dos - Sólo soy un Joven Samurai que camina hasta los arrecifes para poder contemplar la belleza del amanecer y la suavidad del fluir de las Olas en el Mar.
- ¿Y por qué haces tal cosa en vez de alargar tu descanso como el resto de los mortales? – Preguntó el Viejo añadiendo una novedad a la conversación.
Kan quedó sorprendido, ya había reemprendido el camino al considerar que la conversación había finalizado como tantos días atrás; tardó un segundo en organizar sus ideas antes de mirar fijamente a los ojos del anciano y responder...
- Porque mi espíritu guarda tal ansia por vivir la vida y por actuar que le es difícil mantenerse dormido más de unas pocas horas al día. Sólo duermo lo suficiente para deshacerme del cansancio del día anterior y despertar cargado de nuevas energías. - Kan hizo una pausa para comprobar si el Anciano Clérigo comprendía lo que le decía, el Sabio conocedor del corazón y las almas de los hombres asintió y con un gesto de su mano invitó al Joven a continuar - Ver la belleza del amanecer renueva y dobla mis energías, pues hace renacer en mi espíritu la fe por las causas justas y las buenas acciones. Por otra parte el suave mecer de las olas calma mi espíritu y me ayuda a ordenar mis ideas y a organizar mentalmente mis tareas diarias de una forma más tranquila y eficiente.
Violentamente el Viejo Sabio tomó su gastada escoba y agitándola en el aire replicó.
- ¿Entonces que haces perdiendo el tiempo con un Viejo Estúpido? Ve, Corre! Que este Viejo Tonto te ha entretenido y no quiero que por mi culpa te pierdas ni un momento tan sagrado de tu tiempo.
Kan, impulsivo por naturaleza, azorado de tal manera por el anciano echó a correr como alma que lleva el diablo hacia su lugar secreto.
- Y después, cuando retornes y pases por aquí, pasa a ver a este Viejo Loco que quiere hablar contigo! - Gritó Gr'anSan al joven mientras corría.
Turbado por las palabras del joven, el Sabio Clérigo delegó esa mañana las tareas clericales en su ayudante, un hombre de mediana edad que había sido aprendiz de Gr'anSan desde que era sólo un niño. El viejo Sabio se retiró a su patio trasero desde donde vería llegar antes al Joven Samurai, y se entretuvo barriéndolo lentamente mientras dejaba que su mente viajara por los derroteros de la meditación.
Pocos momentos después de que los broncilíneos dedos de la Aurora dejaran de acariciar la ondulante superficie del mar, el Anciano Clérigo vio retornar tranquilamente a Kan por el camino del desfiladero. Su paso era tranquilo y seguro, su postura era erguida, denotaba firmeza... y sin embargo estaba exenta de presunción. Una de sus manos acariciaba su barbilla, aquel mentón joven que todavía no era capaz de empezar siquiera a cubrir su cara con el vello de la madurez. Su otra mano se movía en el aire acompañando los pensamientos del joven. Hubiera parecido un gran Sabio meditando sobe la importancia de la existencia del hombre sino fuera por que su joven piel y sus músculos aún sin formar delataban su extrema juventud. Gr'anSan estaba convencido de que dentro de ese cuerpo de niño residían el espíritu y la mente de un hombre Maduro, Sabio y Justo. Por eso quería asegurarse de que sus intenciones eran justas y de que sus actos serían los correctos. Pues en caso de que la injusticia rigiera sus actos aquel pequeño sería aun más temible que el peor de los demonios, pues si una cosa era segura era que ese niño un día cambiaría las vidas de millares de hombres... y él debía saber si sería para bien o para mal...
- ¿Cómo ha sido hoy el amanecer Joven Samurai?
- Precioso - respondió Kan resurgiendo de sus pensamientos - precioso... como siempre.
- Te he visto cruzar delante de mi ermita todos los días durante meses - dijo el Anciano Clérigo mientras invitaba con un gesto de su mano al joven Kan a tomar asiento a su lado - Y en todos esos meses nunca has entrado a descargar tu alma de las malas acciones que hallas cometido.
Kan miró con los ojos abiertos de par en par al viejo clérigo como sólo los niños saben hacer. ¿Realmente habían pasado meses? Le habían parecido solo unos pocos días... realmente el tiempo cada vez corría más rápido.
- Eh... - Kan no sabía que responder, al final miró al Viejo Sabio con una mirada que reflejaba su inocencia y su arrepentimiento - Lo siento - Dijo sencillamente
- Eso está bien... pero no es suficiente. - El Anciano fijó sus ojos en Kan para escrutar atentamente su rostro y no perderse ni la más mínima reacción de su rostro - Dime entonces ahora cuales han sido tus malas acciones en todo este tiempo. Incluidos los malos pensamientos...
La voz del Anciano Clérigo era dulce y firme a la vez, sin embargo ni una sombra de miedo, ni la más mínima duda recorrió el rostro de Kan cuando respondió, casi automáticamente.
- No he cometido ninguna - Y la mirada sincera que se reflejó en sus ojos, junto con la inocente sonrisa, exenta totalmente de orgullo que se reflejó en su rostro convenció de la veracidad de sus palabras al Viejo Sabio... el cual quedó increíblemente impresionado por la simple afirmación del joven Kan.
El Anciano meditó un momento, era obvio que Kan era sincero, pero sin embargo era tan difícil... ¡Casi imposible!
- ¿No has causado mal a nadie? – Preguntó el anciano y el joven respondió negando efusivamente con la cabeza.
- ¿No has tomado nada que no te pertenecía? - Kan negó con una incrédula expresión en su rostro que reflejaba que, para él, eso era algo impensable.
- ¿Quizás has tenido pensamientos negativos sobre alguna persona? - Dijo el anciano mientras guiñaba un cómplice ojo a su interlocutor.
- No! ¿Debería haberlo hecho? - Replicó Kan
- ¡Por supuesto que no! ¡No digas tonterías! - Dijo perdiendo los nervios momentáneamente- Perdona... Es que como haya muchos como tú... ¡Me quedo sin trabajo! - Y prorrompió en una enorme carcajada - Dime, tampoco has tenido pensamientos extraños sobre las mujeres...
- ¿Como qué? - respondió extrañado Kan
- No, nada olvídalo - ¡Tampoco eso! Claro, era demasiado joven... físicamente solo era un niño, aunque su mente fuera la de un adulto.
- Kan, acércate y mira... - dijo el anciano mientras sacaba un paquete de semillas de entre su túnica blanca - Esta es mi distracción, tú miras el mar... yo doy de comer a las palomas - Diciendo esto arrojó un gran puñado de semillas delante de sí. Inmediatamente un estruendoso batir de alas llenó el aire, y unas pocas palomas al principio y después docenas de ellas bajaron desde el techo de la ermita hasta, literalmente, rodear al joven y al anciano.
- Mira atentamente a esas palomas Kan, puesto que son iguales a los hombres.
El joven Kan no sabía a qué se refería el anciano, las palomas eran pequeñas y grises, tenían pico y alas... además no sabían hablar y volaban... ¡Eran totalmente diferentes a los hombres! Sin embargo el Samurai sabía reconocer cuando un hombre sabio tenía ganas de hablar y dejó que la sabiduría del anciano fluyera por su boca como un dorado río que no encuentra ninguna resistencia a su paso, mientras riega los puros pastos que ha de alimentar.
- Sí Kan, veo en tu cara que te extrañas... pero estas palomas, aun siendo totalmente distintas en su envoltura a nosotros... en su esencia son iguales. Igual que el agua que recorre el pozo y el cubo son la misma agua... el comportamiento de las palomas es igual al de los hombres.
- Míralas atentamente Kan, míralas y dime que es lo que ves.
- Veo a muchas palomas comiendo - Dijo sinceramente Kan.
- ¿Seguro? - Dijo el anciano - Mira mejor!
Kan reflexionó unos instantes y añadió.
- Bueno, realmente hay algunas palomas comiendo y muchas que no.
- Y... ¿Por qué esas últimas no están comiendo Kan? ¿Acaso no hay suficiente comida?
- Bueno... realmente sí hay comida bastante, si se juntaran un poco más y se acercaran aquéllas del fondo... podrían comer más del doble de las que realmente están comiendo.
- Y... ¿Por qué no se acercan? ¿Crees que no tienen hambre?
- Está muy claro que tienen hambre. Esa de ahí está flaquísima! - El Joven Samurai las miró atentamente - Parece que esas del fondo tienen miedo, y por eso no se acercan.
- ¿Dices que tienen miedo? - El anciano sonrió y miró fijamente a Kan - Pues dices bien. Tienes toda la razón. Tienen miedo y por eso no se acercan. Y ¿Por qué tienen miedo? ¿Les vas a hacer algo? ¿Planeas matarlas?
- ¿Yo? - Preguntó el Joven Samurai - ¡Por supuesto que no!
- Bien, yo tampoco... y a mí me conocen desde siempre, pues yo ya estaba aquí mucho antes de que ellas nacieran - El Viejo Sabio señaló al Joven Samurai y le dijo acusadoramente - Kan, la culpa de que no coman es tuya ¿No sientes remordimientos?
- La verdad es que eso es lo que estaba pensando - El joven Samurai se rascó la cabeza y al final desesperado preguntó - ¿Que puedo hacer?
- Bueno, puedes intentar decirles que no pretendes hacerles caso e invitarles a que se acerquen a comer. - El viejo le invitó con un gesto de su mano a probar - ¡Inténtalo!
- Palomitas bonitas, palomitas bonitas - pronunció estúpidamente Kan con una vocecilla aguda y suavizada con intención – venid a comer, no quiero haceros daño, si no coméis moriréis de hambre, ¡Vamos venid!!
Las palomas miraron a Kan como si estuviera loco y se alejaron unos pasos más.
- Nada, no me hacen caso! – Exclamó agobiado Kan ¡Realmente quería que las palomas comieran!
- Puedes probar acercarte con un puñado de comida en la mano... - dijo el viejo - quizás al ver tanta comida cojan confianza y se posen en tus manos a comer...
A Kan le pareció grata la idea, así que cogió dos puñados de comida y se acercó lentamente a las palomas mostrándoles la comida. Estas al ver caer algún grano de las manos de Kan hicieron amago de acercarse, pero al ver las manos llenas de semillas del joven Samurai mientras este se acercaba... echaron a volar espantadas por la cercanía del muchacho hasta posarse en el techo de la vieja ermita.
- ¡No lo entiendo! - exclamó enfadado Kan - ¡Estas Palomas son tontas! ¿No se dan cuenta de que yo sólo quiero su bien? Si pudiera hacer que entrasen en razón... ¿Pero qué digo? – Exclamó dándose cuenta de un detalle - ¡Si son solo palomas! ¡Son desconfiadas y cobardes por naturaleza...
- ¡IGUAL QUE LOS HUMANOS! - Exclamó de un grito el Sabio Clérigo cortando los razonamientos de Kan.
El joven Samurai quedo paralizado al ver la sutil trampa que le había preparado el Anciano Clérigo, y en su mente empezó a brillar la llama del entendimiento... pero todavía sólo eran unas pocas chispas dispersas que no eran capaces de alumbrar el complicado entramado de la argumentación del anciano.
- ¿Entiendes Kan?
- Todavía no estoy seguro ...me quieres decir que todos los hombres son cobardes por naturaleza?
- ¡Ni mucho menos! - El anciano palmeó el asiento de piedra - ven, vuelve a tu asiento y mira.
Kan así lo hizo... y después de un rato sin entender nada de lo que estaba viendo preguntó...
- ¿Que estoy viendo anciano?
- ¡El comportamiento de los hombres querido niño!
- ¿Me lo puedes explicar clérigo? - La cara de Kan era una mueca torcida... como su cabeza, que estaba ladeada en un vano intento de entender mejor el misterio.
- ¡Mejor explícamelo tú! - EL joven Samurai le envío una mirada de misericordia - ¡Venga! ¡Descríbeme lo que ves!
- Bueno, veo muchas palomas a nuestro alrededor - empezó Kan resignado - unas pocas están muy lejos, mirando y alargando la cabeza, pero tienen miedo de nosotros y no se acercan. - Kan las señaló con un gesto - La mayoría está a una distancia de un par de brazas de nosotros...
- La distancia justa de seguridad - añadió el anciano y ante la mirada de extrañeza del joven agregó - Si estuvieran a una braza, podrías cogerlas con solo alargar el brazo. Estando a dos brazas, si haces un movimiento brusco para intentar cogerlas... ellas tendrán el tiempo justo para echar a volar y escapar - El anciano indicó con la mano a Kan que continuara su descripción.
- Pues estas palomas están picoteando unos cuantas semillas, aunque son pocas porque la mayoría está a nuestro alrededor - El joven Samurai guardó silencio un segundo antes de añadir - es extraño que no se acerquen más, pues son muchas palomas para muy pocos granos.
- Exacto! Continúa por favor.
- Bueno, muy cercanas a nosotros - Kan estiró un brazo para demostrar sus palabras - dentro de la distancia de una braza están cerca de una docena de palomas... que se están poniendo moradas, pues se están comiendo la mayoría de los granos que echaste al suelo.
- Muy bien! Veo que sabes describir muy bien - El viejo señaló las manos del chico - Ahora extiende tus manos en forma de copa y dime lo que pasa.
El joven Kan, dándose cuenta de que todavía llevaba en las manos las semillas que antes había cogido, colocó coloco en forma de copa sus manos, igual que cuando bebía de un río... y esperó . Unas pocas semillas cayeron de sus manos, pero al momento una paloma enorme y preciosa se posó en el borde de sus manos y se puso a comer de la gran cantidad de semillas que Kan tenía entre sus manos. Era obvio que esta era la paloma más feliz de todas, pues después de echarle un par de miradas de advertencia al joven se puso a comer como una loca, con una gran ansia y una gran alegría. Kan la observaba con la boca abierta y sin mover un solo músculo, casi apenas respiraba de la emoción que sentía al tener al bello pájaro entre sus manos. Era lo que antes había deseado con las otras palomas asustadizas... al ver que estaba segura en las manos del joven humano, la paloma relajó sus plumas, retrajo una pata y se dispuso a comer esta vez de una forma más calmada y relajada... aunque con grandes bocados cada vez. Si la Palomas hubieran tenido boca en vez de Pico, Kan habría jurado que la paloma le sonreía.
- Bien jovencito - dijo el Anciano Clérigo sacando al Joven Samurai de su ensoñación - estoy esperando a que me lo acabes de describir.
- Eh... - exclamó Kan buscando las palabras adecuadas - Una paloma está sobre mis manos comiendo absolutamente todas las semillas que quiere... al principio tenía miedo, pero ahora ha visto que no tiene nada que temer de mí y come confiada y tranquila.
- ¿Has entendido ya lo que te quiero decir?
- Aun no Clérigo - Dijo el joven ruborizándose - creo que voy viendo alguno de los matices del tapiz, pero aun no soy capaz de admirar toda su belleza.
- Bien, te ayudaré - dijo sonriendo el Sabio Clérigo, en realidad le gustaba resaltar ante los demás que era el más grande conocedor del corazón de los hombres - Las palomas que ves al fondo son infelices y pasan hambre, tienen la comida a su alcance, solo tienen que volar hasta aquí, cerca de nosotros y cogerla... pero su miedo les impide hacerlo. Temen que les hagamos algún daño. - El anciano hizo una pausa y miró al joven, en su rostro se empezaba a iluminar la llama del entendimiento - Realmente esas palomas son tan capaces de coger las semillas y comer como las demás, pero sus miedos les impiden alcanzar la comida...
- Los fantasmas del miedo y del fracaso los detienen - Murmuró Kan entre dientes
- Perdona ¿Qué decías? – Preguntó el anciano - Mis oídos no son lo que eran...
- Nada, nada. Por favor continuar.
- Bueno, pues decía que son tan capaces de alcanzar la comida y de comer como las demás, pero que su miedo les impide alcanzar la comida cuando... ¡Simplemente tienen que hacerlo! - El anciano miró fijamente y con seriedad al joven - Esto le pasa a muchos hombres, sólo han de actuar, de hacer las cosas, de luchar por ellas para alcanzarlas y cogerlas... y no lo hacen por miedo a fracasar.
- Estas palomas que hay más cerca - Continuó en Sabio cambiando de tono y señalándolas - como puedes ver, y tu mismo has dicho, son la mayoría. Se conforman con unos pocos granos seguros, aunque saben que no hay bastantes para todas. La mayoría de ellas se quedará con hambre, y cada día las veras un poco más flacuchas. Unos días tendrán suerte y comerán un poco más, otros días tendrán menos suerte y comerán un poco menos... sin embargo la mayoría de las veces sólo tendrán la comida justa para sobrevivir... Realmente sólo tienen que dar un pasito más, acercarse a la comida... ¡Y tendrán toda la comida que quieran! - El anciano se encogió de hombros - sin embargo prefieren estar allá, a dos brazas de nosotros porque se sienten seguras... y esa falsa seguridad las condena... porque ¿Cómo pueden sentirse seguras si en el fondo de sí saben que no hay comida para todas? - El anciano guardó una pausa antes de continuar - Muchas personas son así, se agarran a una falsa seguridad y viven infelices y preocupadas, engañándose a sí mismas y haciéndose pensar que son felices cuando en realidad... temen que no les llegue la comida para sobrevivir.
Kan estaba con la boca abierta, las palabras del anciano eran la sabiduría más pura que nunca había oído... sólo estaba describiendo el comportamiento de unas simples palomas... y estaba descubriendo el corazón humano a sangre viva... El joven Samurai cerró su boca con la mano izquierda e intentó mantener la compostura para asimilar mejor las palabras del Sabio Clérigo.
- Estas otras palomas que están a nuestro alrededor son afortunadas! ¿No crees? - La pregunta era retórica, así que no esperó a que el joven le diera contestación - ¡POR SUPUESTO QUE NO! Estas palomas simplemente han hecho lo que las demás no se han atrevido a hacer... ¡Acercarse hasta nosotros y comer! - El anciano esperó un momento a que la sabiduría impresa en sus simples palabras hiciera mella en Kan - Lo único que han hecho es arriesgarse a venir hasta nosotros... y comer. Nosotros no queríamos hacerles daño ¡Por eso les dimos la comida! - El Viejo Sabio miró a los ojos a su joven pupilo - Y como confiaron, se arriesgaron... y lo hicieron... ellas dormirán esta noche con la barriga bien llena! Mientras que las demás sienten envidia de ellas y piensan que son afortunadas... - Gr'anSan se rió de si mismo - Dirás que son paparruchadas de un viejo, dirás que son sólo palomas... - El Sabio Anciano fijó su mirada en el atento joven - ¿Pero cuántas personas duermen sintiendo envidia por los más "afortunados"? ¿Cuántos seres humanos achacan a la "fortuna" que otros tengan más que ellos? ¡MILLONES! - El anciano hizo batir su blanca túnica espantando a algunas de las palomas más cercanas - y ¿Por qué ? Simplemente porque no han tenido agallas para hacer lo que debían hacer, porque no TIENEN valor para afrontar sus miedos y ¡ACTUAR! - El anciano andaba entre las palomas entusiasmado - ¡No se dan cuenta! No se dan cuenta de que lo único que tienen que hacer es ¡ACTUAR! - Señaló a Kan con un dedo en una especie de ataque de locura... o de cordura - Creen - dijo bajando su tono de voz - ¡quieren creer! que la vida es cuestión de suerte, que si hay una paloma que tiene más que ellas, que está más cerca de la comida... es simplemente porque tuvo más suerte al aterrizar... y no se dan cuenta, o no tienen el valor suficiente para dar un pequeño salto y ganarse ese puesto privilegiado... simplemente con unos pequeños pasos! - El anciano al fin se relajó y caminando lentamente volvió a sentarse en su mármol banco. - Las que hacen eso, las que dan esos pequeños pasos consiguen todo aquello que ansían. - Y añadió muy serio, mirando fijamente a Kan como miraría a un hombre al que va ha revelar la ultima y más grande verdad que va ha conocer en su vida - No creas que las palomas que tienen mucha comida a su disposición son pocas porque sea difícil dar ese salto, o porque haya poca comida... son pocas porque la mayoría de las palomas no tienen el valor suficiente para acercarse a la comida...
Kan no dijo nada, estaba bien claro lo que el anciano le había dicho. La sabiduría de sus palabras era inmensa, por fin comprendía muchas cosas... no sólo de esa tarde, sino de toda su vida... mientras pensaba esto Kan se fijó en la paloma de su mano, se había quedado dormida justo encima de la comida, en ese momento despertó ligeramente, cogió un buen bocado de semillas, las tragó y volvió a dormirse.
- Y esa Paloma Kan - dijo tranquilamente el viejo - Esa paloma eres TÚ! - El joven le miró asombrado - Sí tú Kan, porque como tú esta paloma no se ha conformado con las migajas del suelo, tú has ido directamente a la fuente y te has quedado a vivir en ella. - El anciano se acomodó en su asiento - Si te acuerdas, al principio esta paloma estaba asustada como la que más, sin embargo vio que la recompensa por confiar en ti, por subirte a tu mano era enorme. ¡Esta es la paloma más feliz y rica de todo este palomar! - Dijo el anciano resaltando sus palabras con un gesto de sus brazos que abarcó todo el patio - Después de arriesgarse vio que realmente estaba segura entre tus manos y se dispuso a comer tranquilamente. Incluso ahora, mientras las palomas del fondo pasan hambre... ella duerme tranquila, con la barriga llena y con mucha más comida a su disposición. - El anciano señaló a las palomas del fondo - las demás podrían hacer lo mismo, podrían volar hasta tus manos a comer y dormir tranquilas... tú incluso se lo ofreciste a algunas, fuiste detrás de ellas y ellas echaron a volar asustadas... ¿Acaso no tienen alas para volar a tus manos? ¿Acaso no tienen pico para comer? - El anciano sonrió - Lo que les falta es un corazón puro que les infunda el valor suficiente para batir sus alas y volar hasta tus manos.
Kan guardó silencio para meditar las palabras del anciano... eran ciertas, todas las palomas tenían las mismas oportunidades, la única diferencia estaba en cual era la paloma que tenía el valor para hacerlo. Igualmente todos los seres humanos contaban con las mismas oportunidades... la diferencia estaba en quienes eran cobardes y se escondías detrás de culpabilidades y "suertes"... y quienes eran valientes y hacían lo que tenían que hacer para alcanzar ese premio sublime.
- Aún más anciano - Exclamó el Joven Samurai entusiasmado - mira las palomas, algunas son blancas y otras grises, unas tienen más plumas y otras menos, unas tienen las patas enteras y a otras les ha comido algún dedo algún gato... sin embargo por ninguna de esas características externas podemos juzgar cuáles de ellas se quedarán con hambre y cuáles no, por ejemplo aquella bellísima paloma toda blanca - dijo señalando con su mano Izquierda, ya que en la derecha dormía la paloma-samurai - es un paloma preciosa, con unas alas que sin duda le facilitarían el volar rápida y presta hasta la comida, sin embargo se queda allá, alejada y muerta de hambre porque le falta valor. Y a esta de aquí le falta una pata, y eso no le impide comer. Bellas y mutiladas, débiles y Fuertes están mezcladas... pero ninguna de estas características les hace alcanzar la comida, sino que es el valor y el coraje de su corazón lo que les impedirá morirse de hambre y comer!
- Exacto! Has entendido muy bien! Sólo falta una cosa - El anciano miró fijamente al joven - ¿Te acuerdas cuando te mandé que ofrecieras las semillas a las palomas del fondo? A las cobardes... ¿Qué ocurrió?
- Pues que huyeron, les parecería que debía de haber alguna trampa... y prefirieron quedarse con hambre a arriesgarse.
- Pues así actúan muchísimas personas querido Kan... ¡E incluso peor! Algunas a las que les ofreces en bandeja de oro las semillas del éxito... huirán, otras te insultarán, otras sospecharán de ti, otras te pondrán a prueba... ¿Por qué? Porque su corazón es débil y cobarde, no tienen un verdadero espíritu luchador. Y dime Kan... ¿Quieres personas así en tu ejército?
Kan despertó en ese momento a una realidad que no había visto hasta entonces, esta no sólo era una simple lección sobre el corazón humano, la forma de comportarse de la gente y el cómo saber diferenciarlos, era también... ¡Un consejo de incalculable valor! Porque si aprovechaba bien los conocimientos que hoy había adquirido podría formar un ejercito de personas verdaderamente valientes y audaces, podría desechar a todas las palomas cobardes y a las que viven en un mundo de sueños y falsas realidades para quedarse solamente con aquellas que realmente eran valientes y puras de corazón, las que venían ellas solar a comer las semillas del éxito y con aquellas únicas palomas que iban directamente a comer de la fuente. ¡El suyo sería un ejército invencible!
- Claro que no quiero a cobardes en mi ejército! A partir de hoy dejaré de correr detrás de las palomas cobardes y daré las semillas únicamente a aquellas que tengan el valor de saber captar y aprovechar la oportunidad a la primera. ¡Porque únicamente esas son las que me interesan! ¡Sólo las valientes y decididas!
- Perfecto! – Contestó el anciano - Porque yo llevo toda mi vida intentando que las personas que son como aquellas palomas del fondo vuelen hasta la comida... ¿Y sabes lo que he conseguido? - preguntó al joven - ¡NADA! Que huyan una y otra vez... créeme, por mucho tiempo que corras detrás de ellas no conseguirás nada. Y eso no es lo peor ¿Sabes que es lo peor?
- Sí! - Contestó el joven Samurai sorprendiendo al Sabio Anciano - Que cada segundo que pierdes con ello es un grano que le quitas de comer a una paloma que sí quiere comer de tus semillas.
- Exacto! - Contesto Gr'anSan - ¿Y sabes lo que voy ha hacer ahora? - El anciano miró con cara divertida al joven - Voy dejar de perseguir palomas cobardes y me voy a poner con las manos abiertas a dar semillas a las palomas valientes, pues hoy he visto que es una tarea mucho más fácil y productiva. ¡Espera aquí un momento! - Y diciendo esto desapareció dentro de su vieja ermita.
Kan miró a su paloma y probó intentar colocarla en su hombro, milagrosamente la paloma encontró más agradable el hombro del joven que su mano y decidió quedarse a dormir tranquilamente en el hombro del que ya consideraba su almacén personal de comida.
Al poco rato reapareció el anciano con un ligero saco y su vieja escoba, y echándose el primero encima de su hombro y tomando la segunda como si de una espada se tratara preguntó al joven Samurai...
- Admitís ancianos de noventa años en tu campamento?
- ¡Sí claro! ¿Deseas ser un Samurai?
- ¿Tendré que aprender a manejar la espada? ¿Es necesario que me levante al amanecer y me acueste cuando la luna está en su cenit? ¿Acaso he de aprender y enseñar todo lo que se a cientos de personas?
- Sí, sí y Sí! - Respondió automáticamente Kan.
- Pues entonces vamos... ¡Que estoy impaciente! - Y añadió mirando la paloma - Por cierto te llevas a tu paloma-samurai.
- Parece que sí, me ha tomado por un almacén de comida andante... - y acariciando el suave pecho de la paloma añadió - Me parece que esta paloma ya ha solucionado su vida para siempre!

 


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