GOLETAS SAMURAI
Kan escrutó entre los árboles. Su
padre Kazo estaba a menos de dos pasos. Un solo salto
y estaría encima de él. Aunque Kan no era más que un chiquillo, la sorpresa
sería una gran ventaja.
Era la hora de la siesta y su padre, el
viejo Samurai, dormía plácidamente confiado. Su abdomen
subía y bajaba lentamente. Esta vez ganaría el joven aprendiz de Samurai.
En ese momento una mano se posó en el
hombro de Kan. Era la señal de que había perdido la partida. Pero... ¡No podía
ser! ¡Su padre dormía! ¿Qué era lo que pasaba?
El inexperto Samurai
miró a su espalda y vio a Aki, uno de los Siete Samurais de su padre.
- Eso no vale - replicó Kan con su
orgullo herido - es contra mi padre contra quien juego, tú no tienes nada que
ver. - había estado tan cerca de ganar... y sin embargo su padre había vuelto a
ganarle. ¡Y esta vez estando dormido!
Un estallido de cólera se apoderó de su
joven cuerpo de doce años y corrió adentrándose en el bosque mientras su espada
katana replicaba contra su armadura.
- Ah! estás aquí hijo mío - susurró Kazo al oído de su hijo - Mi fiel Aki
me ha contado lo ocurrido.
Kan sentía la suave y cálida mano de su
padre en el hombro mientras la grave y penetrante voz de su padre calaba en sus
pensamientos.
- Sí padre, siento haber huido, pero
perdí! y eso me indignó!
- Querido Kan, otras veces has perdido
y nunca antes te habías alterado de esta manera. ¿Por qué este enfado tan
impropio de ti? - Las palabras de Kazo eran
tranquilizadoras mientras se sentaba en una frágil rama al lado de su hijo.
- La cuestión Padre es que estabas
dormido, y aun así me ganaste. Al principio no quise reconocerlo. Pero la
verdad es que da lo mismo que fuera tu mano o la de Aki
la que me tocara. A efectos perdí igual. Y eso me corroe. - Los ojos de la
joven promesa Samurai irradiaban un pesar que caló en
el corazón de su padre.
- Hijo mío. ¿Y qué has aprendido de
este percance?
Los ojos de Kan se clavaron
interrogantes en su padre. ¿Aprender? Había algo que aprender... sí había algo,
pero todavía le resultaba muy lejano, podía sentirlo pero no sabía exactamente
lo que era.
- Ah! Mi querido Kan, te queda tanto
por aprender... y prometes tanto - Los ojos del viejo Samurai
reflejaban un orgullo imposible de esconder, había visto que el pequeño Samurai empezaba a ver la luz y decidió ayudarlo - Te
contaré una historia que te sacará de dudas:
"""Existieron una vez, en
unas tierras muy lejanas al, Oeste, más allá de las fronteras de Nuestro
Imperio, dos pescadores de Ostras llamados Stauros y Giorgos. Stauros tenía mucho
éxito, pero Giorgos no podía casí
mantener a su familia.
Un día Stauros
se ofreció a bucear con Giorgos para ayudarle.
Fueron los dos juntos a la playa y Giorgos buceó hasta el fondo de un mar de aguas cristalinas
y suaves. En el fondo encontró una gran ostra grande y fuerte, con unos brillos
llamativos y pensó "esta ostra me hará rico!",
así que cogió con su cuchillo esa única ostra y se la llevó a la superficie con
mucha calma y cuidado. Apenas pudo llegar a la playa y sentarse sobre su blanca
y fina arena cuando sacó su cuchillo y empezó a abrir la ostra para recoger su
perla.
Stauros,
extrañado de que su amigo saliera tan pronto del agua salió también del agua y
mirándolo extrañado le preguntó "¿Por qué has salido tan pronto?" y
al ver la ostra en las manos de Giorgos le dijo
"¡Has desperdiciado toda esa energía para coger sólo una ostra!"
"Sé lo que hago" le contestó Giorgos "tengo un presentimiento con esta ostra. Tiene
algo especial"
Stauros
observó en silencio mientras Giorgos abría la ostra
¡Dios mío!, no había perla en la ostra! Giorgos cerró la ostra con cuidado y comenzó a acunarla
entre sus cálidas manos...
"¿Qué haces ahora?" preguntó Stauros
"Creo en la ostra" respondió
obstinadamente Giorgos "Si la cuido y la
mantengo caliente, quizás acabe haciendo una perla para mí, por gratitud"
Negando con la cabeza ante la obstinada
actitud de Giorgos, Stauros
se marchó a sumergirse en las cálidas aguas del mar. Se estaba haciendo tarde y
necesitaba trabajar. Así mientras Giorgos cuidaba su
ostra especial meciéndola entre sus brazos, Stauros
buceó solo y metió 100 ostras en su cubo, después subió a la playa y fue
abriéndolas una a una. Cada ostra que no tenía perla la devolvía al agua.
A la caída del Sol Giorgos
continuaba meciendo su ostra vacía.
"¿Ha habido suerte?" preguntó Giorgos
"Sí" contestó flamante Stauros "He tenido que devolver al mar a noventa y
tres ostras. Sin embargo siete tenían una perla dentro. Esta noche llevaré a mi
mujer a la taberna para celebrarlo!"
"Stauros.
¡Siempre tienes suerte!" Suspiró resignado Giorgos
acunando entre sus brazos su ostra vacía."""
Cuando cesó la suave voz del viejo Samurai, en la imaginación de Kan todavía vivían los dos
pescadores de ostras. Kazo guardó silencio esperando
que la sabiduría impresa en la vieja historia de los pescadores de ostras se
asentara en el cerebro de su joven hijo.
- Padre, creo que entiendo la historia
- dijo por fin Kan - pero no acabo de ver que
relación tiene con que me ganaras.
- Expresa tus pensamientos en voz alta
hijo, así podré ayudarte.
- El fallo de Giorgos
era confiar su fortuna a una sola ostra, en vez de buscar entre muchas como
hacía su compañero. Stauros recogía muchas ostras, y
sólo se quedaba con las que tenían perlas. Del resto se deshacía. Por eso era mas afortunado que Giorgos ¿No es así padre?
- No hijo - corrigió el viejo Samurai - Stauros no era más
afortunado que Giorgos, sólo conocía su oficio mejor.
Igual que yo conozco mejor el nuestro que tú. La sabiduría de Stauros estaba en recoger muchas ostras y en acoger sólo a
aquellas que tenían una perla dentro. También era sabio al devolverlas al mar,
pues esas mismas ostras más adelante, quizás al año siguiente tuvieran dentro
una ostra que recoger. ¿La entiendes ahora?
- Sí, pero sigo sin ver la relación con
nuestro juego padre.
- Querido Kan, se te ha pasado un
detalle. ¿Cuántas ostras con perla encontraba Stauros?
- Siete... - de repente un rayo de
comprensión surcó los ojos del joven aprendiz - ¡Claro! Ahora lo entiendo! Siete ostras y siete Samurais.
Cada ostra es un Samurai, un guerrero con
características únicas de los cuales sólo hay unos pocos entre cientos.
- Lo que me quieres decir es que la
fortuna de Stauros estaba en tener a siete perlas...
a Siete Samurais ¡No me estabas hablando de perlas! -
Kan lanzó una mirada acusadora a su anciano padre que le había tendido una
sutil trampa - Giorgos no poseía fortuna por que
perdía el tiempo con ostras vacías mientras que Stauros
supo encontrar a sus Siete Samurais, a sus siete
ostras con perla entre un mar lleno de ostras sin valor. Se quedó sólo con las
siete ostras que realmente eran especiales y tenían perla, las cuales
representaban su gran fortuna por poseer un equipo perfecto. Y al resto de
ostras sin valor las devolvió al cálido mar porque no estaban lo
suficientemente desarrolladas para tener perlas todavía y debían madurar.
- Correcto hijo - aprobó el padre
orgulloso
- Sin embargo – Cortó el aprendiz
entusiasmado - lo más importante de la historia es que la fortuna no viene por
la fe, se alcanza solo por medio del trabajo duro y la persistencia.
- Exacto! Kan,
hoy te has ganado postre extra!
- Pero padre, no acabo de ver la
relación... estoy de acuerdo de que no existe mayor fortuna que contar con tu
equipo de Siete Samurais... pero que tiene que ver
eso con nuestro juego.
- Lo que quiero decirte hijo, es que la
mayor fuerza, hasta para un Samurai no está en su
propia habilidad ni en su fuerza, ni en el afilado filo de su espada. Su
verdadera fuerza está en su equipo. Hoy ha sido la prueba. - Los ojos de Kazo reflejaban un infinito amor hacia su hijo - Hoy has
sido tú quien inofensivamente me ha atacado mientras dormía, pero otro día
puede ser otra persona con mucho peores intenciones que tocarme en el hombro.
Aunque ese día llegue, yo podré seguir durmiendo tranquilo, porque sé que tengo
a Siete Samurais que me ayudan día y noche, aun
cuando yo descanso.
Kan por fin comprendió, le había
costado un disgusto, un enfado y una historia pero al fin comprendió. La
verdadera fuerza de un Samurai está en el trabajo en
equipo. Un Samurai solo es difícil de abatir. Pero
Siete Samurais ¡PUEDEN MOVER EL MUNDO! De repente una
idea surcó por su cabeza.
- Padre! -
dijo entusiasmado - ¿Puedo yo empezar a formar mi propia guardia de Siete Samurais?
- Claro hijo, para eso te he contado
esta historia.
- Sin embargo, todavía no soy un Samurai de verdad, sólo soy un aprendiz... - dijo mientras
miraba una hoja caída en el suelo - ¿Cómo voy a formarlos si aún no se yo
mismo?
- Es cierto que todavía no eres un Samurai en toda regla. Lo que sí eres es un aprendiz y como
tal conoces secretos que puedes enseñar - Explicó paciente el padre - Cuando yo
empecé a enseñar a Aki, sólo era un aprendiz como tú.
Yo le enseñaba día a día lo que sabía e iba aprendiendo. Nos adentramos juntos
en el camino de la vida por el sendero del Samurai.
Después más Samurais se fueron uniendo a nosotros y
juntos les enseñamos. Poco a poco pasamos de ser dos a ser un ejército
invencible de Samurais. Tú debes hacer lo mismo. Es
tu tarea como Samurai ¿Lo harás?
- Padre, yo quiero ser un Samurai como tú. ¡Claro que lo haré!
Y un abrazo selló su pacto.
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